fitekantropus | Francisco Camino

La Balanza-Comas era un barrio con grandes carencias en la zona más alta de Lima, un asentamiento informal con una población mestiza que sobrevivía gracias a una economía que funcionaba al margen de cualquier reglamentación. Tras varios intentos fallidos de reactivación del barrio y de intento de mejora de las condiciones de vida de los habitantes del asentamiento, se llegó a la conclusión de que cualquier actuación que se emprendiera debería llevar aparejada la implicación activa de los referidos habitantes.

También se intuyó que se debería encontrar un elemento urbano que actuara como catalizador de la implicación de las personas. Se pensó que este elemento podría ser un parque que en la actuación proyectada inicialmente iba a desempeñar la labor de conexión de las diferentes zonas del barrio, cohesionándolas, además de ser el pulmón verde que se necesitaba y un lugar para el esparcimiento, también para la relación comunal.

Mientras se preparaban las estrategias para acometer la redefinición del Parque Tahuantinsuyo, donde todos los años se celebraba el mayor festival de “teatro en la calle” de Perú, se detectó que se debía de actuar sobre otro elemento más pequeño, que ayudara a ejecutar la referida zona verde. En un lugar baricéntrico del futuro espacio público estaba una vieja y deteriorada construcción que era utilizada como comedor. Se intuyó que ese era el sitio, pero también que esa era la actividad que se debía desarrollar.

Es decir, antes de recuperar físicamente la construcción se tenía que reactivar su vieja función. Se empezaron a organizar comidas comunales, a dar clases de cocina, a cultivar materias primas alrededor del lugar elegido. La estrategia era que la gente se apropiara física, mental y emocionalmente del lugar. La recuperación física vendría sola. Cuando el lugar adquirió el carácter de nuevo centro de relación, los propios vecinos vieron la necesidad de consolidarlo, de mejorarlo y de conferirle un cierto carácter simbólico.

Así, entre comida y comida, se fue desarrollando el proyecto y ejecutando la obra. Una inteligente coordinación llevada a cabo por los arquitectos, Javier Vera, Paula Villar, Eleazar Cuadros, entre otros, que dejaban fluir las iniciativas, interviniendo sólo para racionalizar las ideas y mejorar su puesta en obra. Se decidió ampliar el comedor para que fuera el centro de reunión del barrio. Así mismo se tomó la decisión de elevar una planta el conjunto, para lo cual se debían utilizar unos materiales y unas técnicas que no transmitieran mucho peso al poco resistente terreno de relleno.

Los arquitectos diseñaron una estructura metálica que servía de soporte y los vecinos iban realizando “la vestimenta”, es decir, rellenaban los paneles con total libertad, resultando un atractivo collage de texturas y de colores, sobre la base que los coordinadores han dejado organizada con una trama ordenada con un determinado ritmo, que marcaban los paneles de estero. Es decir, convivieron con sabiduría una composición predeterminada, con la libertad creativa que le daban los vecinos. El efecto plástico conseguido es muy interesante, a modo de los píxeles del barrio y ha adquirido una gran carga simbólica, que acrecienta el sentido de pertenencia de los vecinos con su barrio y con su recuperación.

Todo lo relatado, es decir, el proyecto de recuperación de un barrio desde la revitalización de un pequeño elemento, a modo de corazón que bombea sangre a todas las arterias, se denominó Proyecto Fitekantropus. Esta iniciativa no sólo ha ayudado, y creemos que seguirá ayudando, a a la recuperación física, sino a la recuperación social, incluso a la recuperación psicológica, con un aumento de la autoestima colectiva y al sentido de pertenencia a una colectividad. De lo pequeño a lo global y de lo global a lo pequeño. De lo físico a lo social, de lo social a lo psicológico, de lo psicológico de nuevo a lo físico y “vuelta a empezar”. En cualquier caso, una acertada estrategia. Leer más aquí

Francisco Camino Arias | Arquitecto

 

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